Para sacar el máximo partido a la jornada lo más frecuente es levantarse temprano y así aprovechar las primeras horas del día, cuando el sol no calienta. Siempre antes de realizar una excursión, realizar un buen desayuno es importante.
Un desayuno completo sería: el pan, cereales, galletas (alimentos ricos en hidratos de carbono, que aportan la energía rápida necesaria para el esfuerzo físico que se realizará) que pueden acompañarse de mermelada, dulce de membrillo, frutos secos, mantequilla o margarina, jamón, fiambres, queso.
Un buen modo de completar el desayuno sería incluir algún lácteo (leche, yogur...) y no olvidar tomar una ración de fruta entera o en zumo que aporta vitaminas y minerales, esenciales para metabolizar los hidratos de carbono, las proteínas y las grasas y obtener energía a partir de ellos.
A media mañana y después de varias horas de ejercicio, es conveniente y necesario comer algo, para que las fuerzas no flaqueen. Lo más adecuado sería combinar alimentos ricos en hidratos de carbono simples, que aportan energía en el momento, con alimentos ricos en hidratos de carbono complejos como por ejemplo galletas, pan acompañado de algo dulce (chocolate, mermelada...), barritas energéticas, mezcla de fruta fresca, desecada (uvas, ciruelas o higos pasos, orejones...) y frutos secos (almendras, avellanas, pistachos...).
Un almuerzo de estas características podría estar compuesto por un bocadillo variado, que no resulte muy graso (jamón, queso, tortilla de patata -hidratos de carbono del pan y la patata-), un puñado de frutos secos y una fruta o un zumo de fruta, y todo ello, mejor acompañado de varios sorbos de agua. El agua, los zumos y las bebidas energéticas constituyen una buena opción, ya que además de aportar energía, hidratan, algo fundamental en estos casos.
Es bastante frecuente que la ingesta de la media mañana se retrase para tomar un almuerzo más consistente, que haga las veces de comida, ya que a mucha gente le resulta difícil separar el concepto de "excursión por el monte" con almuerzos a base de embutidos (chorizo, longaniza, salchichón, mortadela...), queso o panceta, etc. Incluso hay quien se lleva el vino y la cerveza. En el momento, esta comida puede resultar muy placentera y gratificante, una recompensa al esfuerzo realizado, pero si todavía quedan horas para terminar la jornada, uno se puede sentir muy incómodo durante el camino de vuelta, ya que los alimentos grasos retrasan la digestión, y gran parte de la sangre del organismo se centra en digerirlos y no llega con tanta eficacia a músculos y pulmones. Los trastornos digestivos que uno puede sufrir en las horas venideras, como náuseas, vómitos, dolor de cabeza, pesadez de estómago e, incluso, diarrea, pueden deberse a la copiosa comida, y no tanto al esfuerzo de la actividad.
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